Arte

Mosaicos: Las brochas

Mosaicos

(Por Ana Lissardy & Daniel Robles ● Mosaicos ) Los gestos de la mano casi idénticos, los dedos, la muñeca, la intención; lo que pinta y lo pintado se funden en la punta mínima de un pincel, en cada una de las cerdas, y se pierde aquello que separa el lienzo de la realidad inmaterial, que separa a quien pinta, de su mundo interior.

Todo queda fundido en un gesto.

¿Quién es María Magdalena de los dos? 

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Los pinceles, cuando reposan, contienen

las historias que callaron, que callan,

las que Diego todavía no liberó,

mezcladas, mixturadas con

las que pintó y, al pintar,

dejó en el aire de las calles 

de Coyoacán, de Phoenix,

donde se crió, donde está.

Los ojos de una Old woman,

la herrumbre del auto de My grandpa’s car,

se mezclan en los pinceles 

con todas las historias que aún no empezó a pintar.

Y eso convierte a un simple tarro de pinceles

en un universo de conversaciones, secretos, 

recuerdos, silencios

que solo hay que saber escuchar.

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¿Y si en cada pomo está contenido el trozo de la vida que a Diego lo trajo hasta acá? ¿Qué tal si el amarillo fuera todo lo creado en la secundaria de artes a la que asistió y el azul el premio que le otorgó el presidente de México a sus 16? ¿Y si el rojo es todo el impulso que lo dejó en Phoenix desde México? Ese rojo que fue dejando a su paso en la mirada de cada latino, asiático, afroamericano, blanco que lo vio ―que vio sus murales― en el Valle del Sol. Ese rojo a lo largo de las vías sur del tren ligero de la estación Broadway Central. Ese rojo ―o azul o amarillo― que vieron y, sin darse cuenta, se llevaron consigo, a sus casas, a sus barrios, a sus comunidades, a su sensibilidad. Esos pomos contienen, de algún modo, las miradas de todas las personas que verán su obra en las calles de la ciudad.

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Porque, ¿cuándo empieza una obra? ¿Empieza cuando empieza a aparecer sobre el lienzo o cuando por primera vez se toma un pincel, una guitarra, un lápiz, una cámara… un pincel? Como cuando Diego, con ocho años, pintó por primera vez junto a su tío pintor. ¿Con cuántos pinceles, pomos, tijeras, reglas construyó Diego su hoy? Ser artista es tener nuestra historia cargada en artículos cotidianos. Y ser artista latino es llevar el continente en cada tarro, lápiz, cámara, pincel. 

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Instala su mirada con sensibilidad e ironía que hacen temer y reírnos de nuestro temor en un solo lienzo, en un solo trazo de color (mientras Diego nos mira sonriendo desde el último cuadro). Al mirar esas obras creemos en la fuerza de su color, de todos sus colores. De los que teje con los hilos de esta ciudad que lo adoptó, como todos los latinos que ―con pintura, música, letras, ideas, cine, reflexiones― tejen la trama invisible y sostenedora de la tierra que los recibió.

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Esa trama que nos conecta con los santos que no son otra cosa que nosotros. Por eso, un trozo de papel pegado con cinta en el estudio de un artista latino puede ser un manifiesto. Manifiesto de quiénes somos, de dónde llegamos, de para qué. ¿María Magdalena con auriculares? ¿Juana de Arco con armadura y fuego? San Patricio, San Pedro, San Miguel manifiestan un universo de vivencias, creencias, sentimientos que los latinos llevan consigo ―semillas― para hacer brotar la tierra del lugar al que van. Un trozo de papel pegado con cinta es un manifiesto de fertilidad.

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Hay algo en la estructura que sostiene un lienzo, un mural. Algo que nadie ve pero está ahí (casi como el clavo de la cruz). Algo como los silencios entre las notas. Algo como todo lo que sostuvo a Diego para que pudiera llegar hasta acá.

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En la paleta de un pintor hay algo

que encapsula costumbres ―como la de un encendedor―,

costumbres presentes y antiguas, 

culturales, históricas, atávicas

desparramadas en figuras que gritan

en la paleta de un pintor.

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Hay algo entre las cerdas de un pincel,

algo como el silencio entre las notas,

el aire / el instante / el espacio / 

que nos permite atisbar un resquicio 

de ese algo más que toda la vida buscamos.

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Algo como los ojos de María Magdalena

(¿o son los de Diego?)

que logran enfocar con la mirada

lo que siempre aspiramos alcanzar.

Lo miran, con esos ojos de María Magdalena

(¿o son los de todos los latinos en el norte?),

lo alcanzan con la mirada. Y entonces,

al mirar a esta María Magdalena

(de todos los latinos),

sentimos que lo alcanzamos también.

En el amarillo de sus ojos

(de un pomo lleno de historias que lo gestó).

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Por eso Diego pinta, en detalle,

cada movimiento del cabello, 

cada sombra, 

cada indicio de la luz.

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¿Cuándo empieza una obra?

Quizás empieza apenas cuando termina,

cuando es expuesta y la miramos,

cuando la llevamos en nuestros ojos

a nuestras casas, comunidades, historias, barrios.

Y la hacemos parte de nuestra vida.

Quizás es ahí, recién, cuando empieza.

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Los pinceles contienen, en sus cerdas,

los secretos de las historias

y, en el espacio entre ellas,

los silencios de lo que nunca se va a contar.

Unos pinceles en un estudio 

esperan que les llegue

su momento de nacer.

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Las historias se deslizan por la madera 

de los mangos de pinceles,

por las manchas delatoras de las paletas,

y se unen en el agua coloreada que las limpia,

que no las limpia, las mezcla,

mezcla personas y miradas,

barrios, comunidades, culturas.

Esa agua coloreada ahoga un trapo que quiso limpiar sus historias pero no.

Porque esa agua contiene todo lo que somos 

/ latinos /

Esa agua es un mar. 

/ nuestro mar /

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Las letras son de Ana Lissardy y las fotografías de Daniel Robles; la edición es de Maritza L. Félix.

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Diego Pérez ha sido galardonado en varias ocasiones. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Arte y Salud del INJUVE en México por su pintura. En 2014 ganó una comisión para el Museo Nacional de Ciencias Universum, donde cuenta con una exposición permanente de diez retratos de matemáticos.

Desde hace varios años vive y produce en Phoenix, donde ha sido reconocido por The Arizona Republic en su programa mensual Who’s Next, que destaca a líderes emergentes menores de 40 años en diversas áreas. En 2017 obtuvo el primer lugar en la exposición Conceptions Arts en Los Ángeles, así como el primer lugar en la muestra con jurado The Sunniest Place on Earth, organizada por el Yuma Art Center. Ha expuesto su obra en México, Argentina, España, Grecia y Estados Unidos.

El proyecto Mosaicos fue creado y publicado originalmente por Conecta Arizona, un espacio donde cada historia es un mosaico de cultura, identidad y tradición. Nuestros medios aliados tienen la autorización de compartir estas voces con sus audiencias, siempre respetando la autoría y los derechos de Conecta Arizona. Para consultar la obra original y explorar el proyecto completo, visite: https://conectaarizona.com/mosaicos-mes-de-la-hispanidad/

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